Anoche soñé con mi suicidio. Claramente veía como intentaba diferentes
modos de muerte, mientras tus ojos se posaban en los míos desde lo
alto de un trono. Tal vez pudiera ser una muerte más, pero no lo fue porque
no lo hice. No entendí señales, ni métodos, no hice caso a pensamientos
y todo intento era olvidado no más me fijaba en tus ojos melancólicos,
preocupados. Anoche soné contigo, anoche, al igual que anteanoche y parecido a otras imágenes oníricas te vi plantada junto a mi, arriba, mirando a un duende oculto. No hacía nada y solo esa quietud era interrumpida por las metralletas que disparaban por todos lados y rompían tu sonrisa, arrastrándonos por calles llenas de pedazos de edificios y otros desperdicios. Anoche no me arrojé por el desfiladero, no caminé a trancas, no hubo colegio, ni amigos de antaño, solo estuvo tu imagen y tu voz, entrecortada por las imágenes de sonrisas de tu boca. Y si hubo otra cosa, quedó registrada como cuadritos grises, sin proyección, ni recuerdo. Anoche me acosté triste y desperté aún más triste, con mi garganta así como está ahora; seca y nudosa. Anoche no te olvidé, te recordé hasta pulir perfectamente el vidrio púrpura de nuestro reino fantasioso y los sobrescribía una y otra vez como tejiendo una tela inexistente, una pradera fina, un vestido para ti, haciendo trocitos de delicadeza, enchapándolos con hojas amarillas, secas. Anoche fue y anoche será, anoche caminando encontré la verdad.
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