Friday, August 23, 2019

II

Matías salió a l:30 de la bolera. Los oficinistas pululaban en las calles, con su caminar lento y pausado después de haber almorzado algo especial o medianamente especial pues era día de pago. Daban lástima,  con sus costumbres tan arraigadas, una oblea o un helado o algún postre aburrido que los hacía sentir feliz. Iban de aquí para allá sin alejarse mucho de su lugar de trabajo, tal vez 2 o 3 cuadras, no más, les daba temor o pereza;  andaban en grupos pequeños si eran oficinistas viejos o grupos grandes si eran recién llegados, se notaba quien era jefe o quien raso, aunque era claro que  un sueldo un poco más alto nos los cambiaba mucho, seguían siendo igual de simples y básicos.  Él fue alguna vez eso, poco tiempo, quizá un par de meses compartiendo rutinas que terminaron desgastándolo completamente, esos días sentía que había muerto, que olía a cadáver, que entraba todos los días a la misma hora a un mausoleo donde veía tantos cadáveres tranquilos, resignados a quedarse para siempre en un estado de sopor que no les permitía ver más allá de esas paredes o de las de sus rutinas o de las de sus hogares que casi siempre terminaba siendo otro mausoleo que en la mayoría de las ocasiones pagaban durante todas sus miserables vidas.

Cruzó la carrera 68 hacia el parque el Salitre y buscó un sitio desde donde llamar a Héctor.  No quería hacerlo, la última vez fue tan difícil y complicada que el dolor lo había acompañado durante más de 2 años. Pero aún así, en su mente seguía zumbando ese mensaje de antes de medio día. La urgencia no era propiamente una característica de Héctor y eso lo inquietó aún más. 

I

Matías salió ese día, algo cargado, muy estresado, muy pesado. Caminó muchas calles, atravesó muchos parques, fumó muchos cigarrillos. Después de varias horas entró a una bolera, tenía algo de dinero así que pidió una hamburguesa doble carne y una cerveza y mientras comía miraba a la gente, había grupos pequeños y otros muy grandes, de 10 o 15 personas. Parecían felices, todos estaban entretenidos en ese ir y devenir de las pesadas bolas sin que importase si lo hacían bien o mal o si tiraban un pin  o por el contrario la suerte hacia que terminaran haciendo chuzas. Por un momento quiso hacer parte de uno de esos grupos, como los grupos a los que había pertenecido en la facultad de letras, todos con algún propósito, profundo o no profundo, el grupo de poesía maldita o el de cuento latinoamericano o el de Risk o el de FIFA. Eran o simples o eran complejos o eran de x o y manera. Ahora eso que importaba, ahora todo eso no existía, se había esfumado como el humo de todos esos cigarrillos que se fumó o esa cerveza que se tomó antes de terminar la hamburguesa. Todo tan efímero en los hechos pero tan persistente en su mente. Así cavilaba cuando le escribió Héctor Barreto "Matías, necesito hablar contigo, es urgente"

Friday, August 16, 2019

Desde el edificio gris con ventanas azules

Esa tarde estaba en mi puesto de trabajo que quedaba en el primero piso de un edificio raro que en algunas partes parecía de 2 pisos y en otros de 3 y que era ancho, muy ancho. Mi puesto miraba hacia un jardín, y más allá hacia la portería del edificio y más allá a la calle por donde veía pasar el tráfico y mucho más allá a algunos edificios altos y anchos aunque no tan anchos como el del sitio donde trabajaba. A las 4 y 30 pasadas, como 4 y 44, alcé la vista, por instinto, por alguna razón que no tengo clara, como si me hubieran llamado o gritado desde muy lejos e inmediatamente subí la mirada a uno de los  edificios, uno gris con ventanas azules y entonces vi algo que se movía en la terraza, primero pensé en un ave, pero a un ave no la hubiera visto desde esa distancia, afiné más la vista y lo ví más claramente. Tenía chaqueta azul clara, jean, gorra oscura, no distinguía nada más. No sabía si era hombre o mujer, y menos su edad. Parpadeé dos veces, quizá tres  y cuando abrí los ojos el sujeto o la tipa se habían lanzado y caía muy rápido bordeando el edificio de 30 o más pisos. Una figura dminuta, como si fuese un ladrillo arrojado desde un rascacielos. No lo ví caer, un bus pasó en ese justo momento. Pero unos segundos más tarde una sirena muy fuerte inundaba el aire. Todo el mundo empezó a asomarse, a murmurar, a salir a la portería a mirar para al final no ver nada, porque seguramente nada quedó, nada reconocible de ese joven o viejo o vieja que vestía una chaqueta azul, un jean y una gorra oscura.

Escuchando la lluvia

I Marchas bajo la lluvia

Marchaban bajo la lluvia, una lluvia suave pero intensa, de esas que no te mojan con unas simples pero gordas gotas, sino que poco a poco, con un constante martilleo, te empapa hasta los huesos y nunca permite que tu ropa, tu equipo y todo lo que lleves puesto se seque.  Es una lluvia triste, se huele en el ambiente, una lluvia que carga mucho frío, que deja el aire helado haciendo que la nariz duela cuando respiras y que las manos estén tan  pálidas como los cielos de otoño y tan congeladas que solo moverlas duele.

Todos intentaban juntarse para darse un poco de calor, algunos sacaban un poco de whisky o cogñac que los calentara un poco y otros ofrecían cigarrillos húmedos a sus compañeros. Era una compañía pobre, que meses antes había quedado encerrada en una bolsa de cientos de kilómetros y que por suerte, pero también por falta de ella, no había sido encontrada ni por el enemigo ni por las tropas aliadas que  lograron ingresar a la bolsa en un punto al suroeste de su ubicación. Era una compañía con muy pocas probabilidades de sobrevivir.

Pocos hablaban en esos días, tenían aún provisiones pero eran precavidos con su consumo, no se excedían, comían y tomaban cuando el hambre los acosaba pero tan pronto quedaban repuestos guardaban todo con ahínco, con gran cuidado. El grupo lo tenía a cargo el teniendo Pedraza, pero al final parecía que nadie lo tuviera a cargo, él solo daba algunas instrucciones sobre la marcha diaria, la precaución con la comida y la bebida y unas pocas palabras de ánimo que a medida que pasaba el tiempo eran más escasas. Todos lo respetaban y nadie osaba con retarlo o desobedecerlo, sin embargo él prefería marchar atrás, solo para estar pendiente de cualquier emboscada dejando en el frente a Ramírez que era uno de últimos con algo de ánimo para continuar caminando, oliendo, mirando más allá de los arbustos que les cerraba el paso.

esuchando Have No Fear (Bird York)