Tuesday, June 14, 2011

Efecto de tarde de viernes

No tengo ganas de pensar, preferiría leer el periódico como lo está haciendo en este momento mi jefe, quien definitivamente se nota que solo quiere hacer eso a esta hora, pero que por la cuestión de imagen tiene que dejarlo cuando ve que alguien se acerca a su puesto, como me tocó a mi dejar el libro de Murakami cuando mi vecina se paró de silla para colgar la chaqueta y muy disimuládamente volteaba los ojos para pillarme en la lectura. Podría pensar en irme al baño y leer un poco, tal vez nadie me extrañaría en un par de horas, pero sería raro que me vieran entrar allí con un libro tan grueso y luego volver si ningún papel tipo circular o cuaderno que mostrara que estuviera en una reunión. Podría entonces llevar el cuaderno y el libro, y quedarme allí desde ahora hasta media hora antes de salir. ¿y lo qué debo hacer? Son muchas cosas, pero así tan distraido como estoy seguramente no haría más de dos cosas elementales, lo que podría hacer en 1 hora un día más productivo. Son las 2:45 y aún restan 3 horas y 15 minutos para salir. Bastante tiempo en esta quietud tan molesta y aún no me decido si irme al baño por ese par de horas.

Wednesday, June 08, 2011

1000 pastillas de valium

cuando se hace todos los día lo que no se quiere es indipensable cambiar a menudo para no terminar intoxicado con 1000 pastillas de valium

dos mujeres feas y embarazadas

Eran dos mujeres embarazadas. Ocupaban sillas azules del transmilenio, una detrás de la otra, ninguna se percataba de la mutua presencia. Una de ellas era joven, de poco maquillaje, de pelo largo y algo ondulado, usaba lentes, era muy delgada, y al final de la estación, una vez nos bajamos, demostraba ser muy baja. Era fea en todo caso, igual que la segunda mujer. Me preguntaba con esos dos casos si era posible que hombres se fijaran en ellas y las dejaran preñadas o si con ellas ocurría el caso de alguna mujeres en cinta que por su estado empiezan a perder la belleza que las caracterizaba. La otra mujer era mayor, de unos 40 años, también de pelo claro, evidéntemente pintado, con senos grandes y desagradables, llenos de granos y venitas pequeñas por todo lado, su cara estaba igualmente brotada, sus cejas delgadas y pintadas no tenían gracia, sus pómulos eran muy gruesos, como sus labios, como su boca, como sus párpados. Tenía un rosario en la mano y estaba sin maquillaje alguno como la mujer más joven. La joven, que en este caso llamaremos Cindy iba somnolienta, mientras que Rubi, la segunda mujer, mostraba más interés en lo que pasaba dentro y fuera del bus.

Al poco rato Rubi sacó de su bolso una cartera y de allí una cajita de polvos para la cara, ciertamente los necesitaba. Empezó su rutina poco a poco, retocando sus granitos con delicadeza, con lentitud, teniendo cuidado de parar cuando el bus iba muy rápido y los baches lo hicieran saltar bruscamente. Cindy seguía adormilada, con su pequeña barriga bamboleándose al ritmo de los huecos de la calle. Tenía algunos granos también, pero eran muy pocos en comparación con los de la cara de Rubi. El labio inferior era muy grueso, y sus pestañas muy pocas, algo largas pero apagadas y tristes, como si en tierra árida hubiesen algunas hebras de yerba a punto de morir. Rubi, ya iba en el lápiz de ojos, marrón óscuro, delineando el borde de cada uno de los párpados. Se concentraba mucho en ello, para no cometer error alguno. A esa altura el tráfico era pesado y el bus iba realmente lento, parando en muchas ocasiones, haciendo que todos los pasajeros, que iban en su mayoría solos, se fueran durmiendo poco a poco. El trayecto se hacía pesado, largo, caluroso, y siendo martes después de festivo, se mostraba más denso que todo el resto de días.

A los pocos minutos, cuando Rubi miraba su celular al igual que Cindy, se subió un hombre anciano, con muchos años, decrépito, con bastón y una gorra cubriendo su blanca cabeza. Tenía lentes oscuros y sus manos callosas estaban marcadas por años de trabajo. Su baja estatura mostraba debilidad y siendo así, una vez se había bajado la persona que estaba al lado de Rubí, tomó ese lugar sin alguna contemplación. Aunque era una mujer más joven, y sus senos se veían mucho, el anciano no se percató de la presencia de Rubi y lo que hizo más bien fue sentarse hacia el borde del asiento que le correspondía. El bus siguió avanzando, algo más rápido pasando por la zona de los prostíbulos del centro, el calor no mermaba y aunque no iba lleno el sopor seguía adormilando los pasajeros. De una momento a otro se escuchó la voz del anciano, casi gritando, estalló en una sucesión de insultos que por sus lentes no se sabía hacia quien iban dirigidos. Parecía loco, hablando solo en medio de tanta gente y dada su edad, era muy probable que tuviera el coco al revés. Pero después de los insultos iniciales Rubi, sin mirarlo siquiera, dijo, "pues no mire, nadie le dijo que mirara". En ese momento peinaba su pelo con un peine de color azul y dientes gruesos. El anciano vociferó, "eso que está haciendo es asqueroso, maleducado, debería hacerlo en su casa antes de salir". "Coja un taxi entonces si no quiere verlo", replicó muy molesta Rubi. Su barriga se movía mucho más rápido que antes y la gente alrededor, dormida como estaba, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. El anciano mascullaba entre dientes palabras que ya no se entendían, ciértamente molesto por la sesión de cepillado de pelo de Rubi y que pensándolo bien, tenía algo de razón, si aquella mujer tenía piojos, o alguna porquería en su cabeza, de esa manera estaba pasándonolos a todos los que íbamos allí.

En la siguiente parada la silla de atrás se desocupó y el anciano en un acto ágil de evidente desespero y repugnancia se pasó tan rápido que una mujer que estaba más cerca no alcanzó a tomar dicho puesto. Rubi sacó un tarro de perfume barato y se lo aplicó en su cuello y en sus senos, luego guardó todo en su bolso y con cierta ironía volvió a repetir lo del taxi mientras acariciaba su muy pequeña barriga. Cindy, apenas se despertaba, con cara molesta, con su pelito desabrido cubriéndolo algo los ojos, con su vieja chaqueta y con su pequeña vida dispuesta a reiniciar su trabajo de escribiente en un juzgado del centro de la ciudad. El bus se vació más tarde y Rubi salió de allí rápido, siguiendo con sus ironías que nadie entendía mientras el viejo cojeaba poco a poco al lado de ella y repetiendo, "Rubi, eso que hizo allí fue realmente asqueroso, muy asqueroso".