Wednesday, December 15, 2021

Hu y Ha p1

Esa noche la reunión era en la casa de Mateo Pereira,  íbamos a emular las noches de Medan, así que invitamos a varios de los que en esa época sabíamos que escribían regularmente y que de alguna u otra manera se habían ganado cierto prestigio en los bares de la candelaria.

Todos pasábamos a un pequeño estrado que Mateo dispuso en la sala de su casa, uno a uno, temerosos, ansiosos, pues éramos un grupo muy crítico, muy incisivo y aún para el más indiferente ante la críticas - Raúl Ramírez - estar rodeado de tantas mentes inquietas y de alguna manera envidiosas y dañadas,  resultaba algo incómodo leer uno de sus cuentos.

A las 12:30 de la noche, luego de la lectura de Miguel Camargo, un cuento aburrido y largo que nadie aplaudió ni del que nadie habló nada, subió al estrado el pequeño Diego Casas, caminando muy lentamente, como si  un imán lo apartara del destino de esa noche. Una vez arriba, miró en torno al pequeño salón mientras se enjugaba el rostro con una servilleta que había tomado minutos antes de la mesa del comedor. Por un momento pensé que se iba a desmayar, pero rápidamente volteó la mirada hacia unas hojas que tenía en la mano, carraspeó y empezó  muy despacio y con voz tenue y temblorosa su historia:

"En cierta ocasión, en un país tan lejano que ya nadie recuerda su nombre, vivían Hu y Ha. Hu era fornido, de pelo negro largo y siempre llevaba una capa roja sobre sus hombros robustos. Ha era alta, de pelo y mejillas rojizas, su piel color nuez madura y sus brazos y manos tan blancas como el cielo,  despertaban curiosidad entre todos los que la rodeaban y los que no, pero que sabían de sus existencia. 

Ha vivía en las montañas, por donde pasaba el río Huandrad, por donde el puente Huanar unía los destinos de las únicas poblaciones de los árboles gigantes de hojas naranjas y verdes, Hurlan y Huerpil. Hun en cambio estaba lejos, en las costas heladas de Harmarin donde su padre construía barcos de madera de hayas  mientras su madre pastoreaba cabras gigantes y burritos chonchitos en las laderas verdes que se asomaban al mar violeta que nadie sabía donde terminaba y que ni las leyenda y mitos se atrevían a estimarlo".