"El hombre vestía un traje gris, arrugado, como su rostro que mostraba que su edad rondaba los 60 años. Bigote canoso, pelo corto, crespo, pómulos sobresalientes y labios finos, afilados. No era atractivo, tampoco su vestido estaba bien cuidado y el maletín que llevaba era algo viejo, desteñido. Estaba de pie, acodado en la ventana de atrás del transmilenio, un J23 y hablaba por celular con tranquilidad pero sin elegancia.
"Que cosa tan tremenda, ¿no? de cinco puestos que asignaron cuatro fueron para mujeres, ¡cuatro!, eso es mucho, como si no hubiera hombres más capaces"
El transmilenio arrancó y no alcancé a escuchar nada más, pero ciertamente no terminó muy bien porque un par de mujeres que iban a su lado lo miraron muy mal.
Luego no me interesé más en el sujeto, hasta que a la altura de la estación de La Sabana, por la calle 13, sonó el timbre de un celular, la clásica canción de los Eagles Hotel California. Contestó el sujeto de vestido arrugado y bigote canoso:
- "¿alo?"
Su rostro tuvo un cambio de expresión repentino, como si la llamada fuera inesperada.
-"No señor, si, si señor, si, si, si, desde hace un par de días me encuentro fuera de Bogotá, aja, si, nada importante, pero igual no puedo volver hasta dentro de 10 días más o menos. Claro, yo lo llamo tan pronto llegue. Si señor, si, obvio...Un abrazo y espero su esposa se mejore".
La gente lo miraba, pero él no daba la menor importancia, pareciera que lo tuviera planeado hace mucho o que ya fuera una costumbre pues su frente no sudó, ni su tono de voz cambió, y aparte de su repentino cambio de expresión, nada más sucedió en él. Seguí mirándolo recordando las miles de mentiras que había dicho a lo largo de mi vida "¿así me veré yo, ahora que soy un mejor mentiroso?". Me avergoncé mucho sintiendo mi cara igual de arrugada a la del sujeto, como si cada mentira fuera un cicatriz que se fuera quedando poco a poco en cada centímetro de mi piel.
Al rato llegamos a la estación de La Jiménez, que siempre estaba abarrotada de gente. El sujeto iba alistándose poco a poco y yo también me desacodé y me preparaba para salir del bus cuando de un momento a otro, mientras todos nos hacíamos contra la puerta de salida el sujeto abrió tremendamente los ojos y codeando y empujando intentaba infructuosamente abrirse paso hacia la mitad del bus. El bus paró, abrió las puertas y todos salimos vomitados por cada una de las puertas, incluyendo el hombre de vestido gris arrugado.
-"Señor Pinilla"
Le dijo un hombre de tez muy blanca y pelo muy claro, parecía ruso.
-"Pláceme verlo tan pronto en Bogotá, pensé que su estadía en Cúcuta iba a demorarse 10 días más, pero vea, a veces el tiempo pasa muy rápido y no nos damos cuentas de eso. Permítame llevo su maletín, ha de estar usted muy cansado con ese viaje tan largo, todo el tiempo de pie".
Dos hombres muy grandes, demasiado grandes, le cerraron el paso en la puerta de la estación mientras la gente los empujaba sin éxito. Luego lo tomaron de cada uno de los brazos, y de manera muy disimulada lo fueron empujando a la salida de la estación mientras el hombre blanco los seguía desde atrás, llevando el maletín raído.
Salí detrás de ellos pero el tumulto no me dejaba ver mucho hasta que una vez en las registradoras de la entrada oriental vi como pasaban el semáforo de la Jimenez y el hombre ruso, adelante del señor pinilla y los dos hombres gigantes, abría las puertas de una camioneta negra y al poco rato, con todos los sujetos a bordo arrancaba hacia el occidente.
Al otro día, en el espacio leía un título rojo carmesí: "Lo degollaron y luego lo desmembraron" y luego en subtítulos "al lado de sus miembros solo encontraron una maletín negro vacío y un vestido gris que seguramente llevaba puesto al momento de ser asesinado".