Por un momento, solo uno breve, miro de otra manera a quienes he criticado tan fuertemente, alentado en algunos momentos por la envidia y en otros porque definitivamente existen méritos para que sean vapuleados. Hoy el turno fue para alguien que quiere ser escritor o que quizá ya lo sea y yo odie aceptarlo. Lo vi con ojos humanos, pero más que humanos, con ojos de un desconocido que no sabe que hace. Y vi a un hombre de ademanes inquietos, sencillos, en algunos puntos infantiles, como muchos de los míos. También vi su sonrisa achicharrada, como si hubiese sido frita en aceite negro, quizá hubiese sido el café de muchos años en una oficina o quizá el efecto del cigarrillo que alguna vez fumó, porque nunca lo he visto con uno. Sonrisa café y todo, pero sonrisa sincera, como de niño. Su pelo cortado a la perfección ya deja ver canas, y es entonces cuando veo como sus ojos cansados no quieren estar donde están ahora, sino intentan buscar, de manera desesperada, como anticipando un fin prematuro, un sueño aún irrealizable. Pero no muestra su despespero de manera tosca, siempre sonríe, tímido, eufórico a veces, camina algo cojo pero con gracia, contradice pero sin mirar con odio, ruega pero de manera silenciosa.
Me cuesta verlo así, y quizá mañana ya lo vea de nuevo de manera detestable, pero antes de que eso pase debo reconocer que si es escritor, y que admira y comparte y no es odioso, ni vengativo, ni rencoroso, algunas veces egocentrista, será lo único, pero acaso, ¿quién no lo intenta ser?
Al fondo Flamme Im Wind de Lacrimosa
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