Tuesday, August 16, 2011

16/08/2011

Una paloma agonizante desencajó todo, estaba agazapada al lado de la puerta de una casa, con el plumaje sucio y húmedo, con los ojos cerrados, con el jadeo característico de un moribundo intentando respirar los últimos vapores de vida, con el pico abierto y burbujeante.

Triste escena de la sed que la muerte causa, ignorada por el mundo, sin una pizca de agua que aminorara el sufrimiento de la garganta seca y estéril, sin una gota de compasión, sin lágrimas por la partida hacia el túnel desconocido, sin herencia, ni herederos, sin ritual, ni cánticos. Queda muy lejos las mañanas en la plaza, picoteando y picoteando, y volando de la iglesia al capitolio y de nuevo a la plaza y de nuevo volando, con viento, con la brisa, con el tiempo que no acababa, no era poco, ni mucho, solo era parte de todo, de la felicidad de la libertad, de la alegría de poder volar, y no conocer que las horas pasan, y la sombra cubre con su agonía lo inevitable, lo insalvable.

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