Todo ese mes estuvo esperando ese momento. El tiempo para llegar allí pasó despacio, demasiado creía, y eso se hacía más difícil por el hecho de que no trabajaba en ninguna parte y se la pasaba meditando, caminando o simplemente vegetando. Su vida siempre había sido solitaria y ni siquiera el estar rodeado de personas durante muchos años había quitado la condición. Era aún joven y su madre le recalcaba que se tranquilizara, que nunca iba a ser así y que tuviera paciencia, que algún día iba a encontrar compañía. Sin embargo ella en lo más profundo del corazón sabía y sentía por ese sexto sentido del que las madres disponen que su hijo, Juan Miguel, estaba destinado tal como su abuelo paterno a emprender todo el camino en la más inmensa soledad.
Quizá era por eso que trataba de acompañarlo silenciosamente en sus largos días, casi más tiempo que el que le dedicaba cuando era un niño. Su rostro era algo hosco y se evidenciaba más por esos rasgos de tristeza humildad implícitos que ni siquiera desaparecían cuando pasaba por algunos momentos de efímera alegría. Era alto y desgarbado y su joroba se iba haciendo más prominente con el pasar de los años como si esa carga invisible se fuera haciendo más pesada paso a paso. Sus ademanes eran torpes, nunca había tenido algún dote especial, no normal siquiera para algún tipo de deporte. Alguna vez le habían mostrado un vídeo de un partido de fútbol donde el jugaba y sintió tanta pena cuando escuchaba las burlas de sus amigos que solo atinó a hacer una sonrisa tímida mientras el llanto se le quedaba clavado en el pecho.
Esa misma condición también lo había hecho un completo fracaso para el baile, situación que lo aisló aún más de la sociedad, sin saber porque todas las cosas estaban confabuladas para que estuviera solo. Quizá era algún tipo de misión especial o algo así. La ignorancia era la única cuestión que todavía le abrigaba una esperanza, pero a la vez un miedo inmenso. Era como cuando se iba al campo y se adentraba por caminos desconocidos que le producían un estremecimiento desde los pies hasta la cabeza sin embargo esa oscuridad lo obligaba a explorar más y más, perdiendo toda racionalidad, y únicamente dispuesto a sus sentidos que sensibilzaban al máximo.
Cuando fue medio día de ese jueves la ansiedad más terrible se apoderó de él. Era algo como lo que sentía de niño cuando esperaba a que fueran las 12 de la noche para destapar los anhelados regalos que colocaba su madre una semana antes en los pies del árbol de navidad. Llegó a la esquina del centro comercial y con el desconocimiento que le proveía el hecho de no haber tenido una cita con una mujer, se dispuso a caminar con pequeños pasos que dejaban una estela invisible sobre el andén de cemento. Para esa época ya se había acostumbrado a fumar y en ese momento quizo hacerlo pero cada vez que tomaba el cigarrillo en su mano un temblor lo invadía y le negaba la posibilidad siquiera de prenderlo. Al cabo de unos minutos terminó roto entre sus dedos, exánime, con sus entrañas esparcidas por toda la palma de la mano. Miraba a todos lados, miraba al piso, miraba sus miembros manchados de nicotina, volvía y miraba hacia todas las esquinas, hacia todas las caras que venían e iban, pero no hallaba la de M.C. y era entonces cuando empezaba a imaginar decenas de situaciones por las cuales ella no había llegado....
escuchando The Noose By A Perfect Circle
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