"¿Será que llegué muy tarde?, ay ahora si necesito un reloj, o, ¿será que la cita no era aquí?, no recuerdo si al final cambiamos de sitio, o, ¿se iría con su novio?. Si, es muy posible, en realidad cualquier persona lo haría, por eso él es quien es para ella". Podría pensar cualquier cosa que le hiciera desistir de seguir allí, hasta la más terrible, que era que ella lo dejara plantado. Cada vez que por su mente se deslizaba esta última alternativa recordaba aquel cuento ... y su protagonista: un árbol PLANTADO en la mitad de una isla solitaria. Tal como lo imaginaba era tal como él se veía en ese momento y aquello lo mortificaba tenazmente. Pero por más terrible presagio que surgiera de su paranoia,no pensaba como un hecho real y posible moverse de la esquina que formaba la calle 53 con carrera 25, o por lo menos no lo haría en unas cuantas horas (ni siquiera sabía esas horas que cantidad perfilaban).
Decidió en un momento determinado, ante la incertidumbre de que hora marcaba el destino, preguntar la hora al algún transeúnte que pasará por allí. Lo hizo en tres ocasiones y en tres ocasiones le negaron el pedido, con la excusa común de no tener reloj. Sin embargo él los seguía observando cuando marchaban y se daba cuenta que más adelante sacaban sus celulares pasándolos a sus orejas orgullosamente. Reprendía a su espíritu noble y se juraba no hacerlo de nuevo. Pero si las leyes divinas fueran consecuentes con sus actos, Juan hubiera sido condenado a mil años de tortura pues al cabo de unos minutos y con torpeza visible volvía a preguntar lo mismo a otra persona recibiendo la misma negativa de siempre. Por fin recibió respuesta de una señora muy bien vestida y comprobó que ya había esperado más demedia hora. Se volvió a recostar en la pared y empezó a jugar con un papelito que sacó del bolsillo. De repente y con una mirada entre turbada y apagada avistó a M. El esplendor más enceguecedor renovó sus esperanzas marchitas que desprendía el perfume del paisaje de su vestido, la humedad de sus ojos pardos, el movimiento ondulante de su cabello dorado, su andar pausado y altivo. Pero predestinados sus encuentros, la frialdad llegó con peso singular, con esa peso atípico pero cierto, etéreo pero vivo, como fantasmas de un pasado remoto que llegan cada noche a hacer notar su maldita presencia. M. llegaba solo con un objetivo, algo que Juan aún no sabía ni se imaginaba pero que empezaba a hacer estragos con ese primer encuentro de miradas. M., M., no debería nunca haberla vista desnuda, ahora su dignidad se encontraba empeñada y lo peor es que no tenía nada para sacarla de ese sucio lugar de la humillación. Solo le quedaba soportar otro desplante.
Este es un escrito relativamente antiguo, data de hace 4 años más o menos. Leyéndolo ahora tiene varias cosas que no me gustan, que no son narradas muy bien, o tal vez ni poco bien, sin embargo decidí dejarlo tal cual, como un ejercicio de estilo.
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