Thursday, March 31, 2005

veinte poemas

Miguel penso por un largo momento en el día en que conoció a Alejandra. Veinte poemas se posaron en su cabeza y sin embargo no tenía ni la más mínima idea de como ordenarlos. Se sintió nervioso, torpe, feo, algo rígido y por sobre todo él en uno de sus estados más demenciales. Un oleo pintó al día siguiente y se lo entregó. Ella lo vio y huyó despavorida, tratando de indagar las pinturas, las picneladas, la sangre que manchaba los bordes de la hoja. Luego, al rato, volvió y lo observó ensimismado en sus pensamientos, con mirada absorta lo llamó y el entendió. Partieron, partidos, en un mundo roto, desde callejuelas marcadas por las hojas de los árboles que caían por ese extraño otoño que los había pillado desnudos. Si, hacía frio pero ninguno lo sentía, abrigo eran más bien sus manos y lagunillas eran sus soledadades inherentes que subían por sus vientres encontrándose de frente con dos rostros apacibles, callados, cuartiados, sonrientes, con una extraña mueca que provenía de algún estado de ebriedad que enjuagaba su existencia. Cogidos de la mano caminaban, cuando ella la soltó para regalarle una pequeña flor marchita que había mantenido guardada toda su vida entre su espalda y su pecho. Ahí murió, arrollada por una moto espectral. Ahí se arrodilló y lo volvió a agarrar para depositar en su mano el sagrado recuerdo, para mirarlo largamente, para expirar eternamente. Y dijo adios. Te volveré a ver. ¿cierto? Y Miguel no supo que responder.

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