Sunday, March 27, 2005
diario2
En mi capa todavía quedan restos de sangre coagulada de compañeros y enemigos que ante mis ojos cayeron dando gritos de dolor y de euforia. Creo que perdimos unos diez hombres y ahora nosotros, el resto, huímos silenciosamente hacia las partes altas de la montaña. Hace frío y la lluvia nos acompaña en un acto de dolor melancólico. Aunque el capitán nos pidió que hiciéramos el mayor de los silencio, es inevitable que Sabastián emita gemidos y que Miguel llore. Están heridos y el recuerdo los maltrata sin piedad. Pobres. Fueron unos cincuenta los que nos emboscaron, cerca del bosque Ramas. Ahora solo puedo vislumbrar sus mascaras oscuras y sus arcos plateados que dispararon las mortíferas flechas que en cuestión de segundos masacraron toda nuestra vanguardia.
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