Esa noche la reunión era en la casa de Mateo Pereira, íbamos a emular las noches de Medan, así que invitamos a varios de los que en esa época sabíamos que escribían regularmente y que de alguna u otra manera se habían ganado cierto prestigio en los bares de la candelaria.
Todos
pasábamos a un pequeño estrado que Mateo dispuso en la sala de su casa, uno a
uno, temerosos, ansiosos, pues éramos un grupo muy crítico, muy incisivo y aún
para el más indiferente ante la críticas - Raúl Ramírez - estar rodeado de
tantas mentes inquietas y de alguna manera envidiosas y dañadas,
resultaba algo incómodo leer uno de sus cuentos.
A
las 12:30 de la noche, luego de la lectura de Miguel Camargo, un cuento
aburrido y largo que nadie aplaudió ni del que nadie habló nada, subió al
estrado el pequeño Diego Casas, caminando muy lentamente, como si un imán
lo apartara del destino de esa noche. Una vez arriba, miró en torno al pequeño
salón mientras se enjugaba el rostro con una servilleta que había tomado
minutos antes de la mesa del comedor. Por un momento pensé que se iba a
desmayar, pero rápidamente volteó la mirada hacia unas hojas que tenía en la
mano, carraspeó y empezó muy despacio y con voz tenue y temblorosa su
historia:
"En cierta ocasión, en un país tan lejano que ya nadie recuerda su nombre, vivían Hu y Ha. Hu era fornido, de pelo negro largo y siempre llevaba una capa roja sobre sus hombros robustos. Ha era alta, de pelo y mejillas rojizas, su piel color nuez madura y sus brazos y manos tan blancas como el cielo, despertaban curiosidad entre todos los que la rodeaban y los que no, pero que sabían de sus existencia.
Ha vivía en las montañas, por donde pasaba el río Huandrad, por
donde el puente Huanar unía los destinos de las únicas poblaciones de los
árboles gigantes de hojas naranjas y verdes, Hurlan y Huerpil. Hun en cambio
estaba lejos, en las costas heladas de Harmarin donde su padre construía barcos de
madera de hayas mientras su madre pastoreaba cabras gigantes y burritos
chonchitos en las laderas verdes que se asomaban al mar violeta que nadie sabía
donde terminaba y que ni las leyenda y mitos se atrevían a estimarlo".
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