Recuerdo esa noche perfectamente, como pocas de esas en las que llegaba tarde a mi preciado sitio, casi de madrugada. Había salido de una tertulia a las que solía asistir una vez cada dos semanas, allí tomé algunas cervezas que complementé con tres tragos de tequila. Todo estaba tranquilo, en un ambiente relajado, intelectual, interesante diríase, la compañía era buena, los hablantes excelentes y el licor ya iniciaba su efecto. Fumé algunos cigarrilos y luego salimos como a eso de las 10 u 11 de la noche, no sin antes cortejar frente al dueño de la librería a su propia esposa, casi 20 años mayor que yo, pero que por su escote parecía que tuviera un par de tetas de adolescente de 18.
Los demás se iban a sus respectivas casas pues al otro día había que trabajar, cosa que para mi no era preocupación pues ya llevaba algo así como 4 meses desempleado. Pero cuando vieron mis intenciones estúpidas de seguir caminando por las calles oscuras de la macarena, me empujaron a la fuerza dentro de un taxi, junto a ellos. Allí nos vaciamos los úlitmos tragos de cerveza antes de que yo les dijera que me dejaran a unas cuantas cuadras de mi casa. "No pasa nada, estoy cerca". Me creyeron. Apenas se alejaron le saqué la mano a un taxi y sin pensarlo le dije, "A la 49 con 13 por favor". Se me hizo que el chofer me guiñó el ojo por el retrovisor y asi lo confirmé luego pues cuando le dije que solo tenia nueve mil pesos apagó el taxímetro y me dijo, no hay problema, con una sonrisita socarrona.
Llegamos en diez minutos, diez minutos cortos, teniendo en cuenta que iba demasiado excitado y alegre de poder volver a mis antiguos aposentos. Pagué, me bajé e inmediátamente me abordaron dos meseros. Estaban impecables, con sus trajes negros, de corte clásico, corbata oscura sobre la camisa blanca y zapatos negros bien lustrados. "Me pueden llamar a Aldemar por favor". Se resistían a mi pedido, me decían que ellos eran Aldemar, que me tenían una mesa muy comoda y privada y unas niñas envidiables. Todo era la propina. Aldemar llegó, me sonrió ampliamente, como dos viejos amigos, y con sus dos brazos despejó el camino de los imprudentes meseros tras lo cual me abrazó y me invitó a seguir a la zona exclusiva, una zona que yo ya conocía muy bien, pues él casi desde la segunda vez que fui, me ofreció de manera sencilla.
-A quién buscas en especial. ¿Samanta?
Samanta, una chica alta, de grandes senos y unas caderas inmensas, pelo liso negro hasta la cintura, rostro hermoso, de muñeca, de labios estridentes, ojos negros glotones, incitadores, fue la primera mujer que conocí allí. Esa noche también conocí a Aldemar y aunque no me invitó a la zona exlusiva si me llevó al segundo piso que estaba semivacío, y que gracias a mi generosa propina, complementó presentándome sendas mujeres, primero rubias y luego pelinegras, entre quienes estaba Samanta.
-No, hoy no. No se, llévame allí y ahí miramos -. Sonrió, ampliamente como siempre y seguimos en rumbo hacia el sótano, donde estaba la zona exclusiva, La Fonda.
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