(...) A la mañana siguiente le dijo adiós y le entregó el borrador del libro de cuentos en el que trabajaban juntos desde que se conocieron. Marcos no suplicó, solamente se limitó a acompañarla hasta la estación del tren de Miraflores con la leve esperanza de que ella a último momento desistiera de su idea y volviera a reconstruir el crujir de hojas secas acompañado por la lectura de un cuento de Caicedo, de Márquez, de Quiroga o de Sabato, de Lovecraft, o de algún importante genio de la literatura que se les cruzara por las manos. Pero ella no cambió de parecer y más pronto de lo que él había calculado, se subió al vagón del viejo tren. En ese momento ninguno lloró, ni él ni ella traspasaron el umbral de la cordura, ni se acercaron a la tristeza del adiós. Teresa besó suavemente la mejilla de Marcos, lo miró tierna pero fugazmente y no se atrevió a decir ninguna palabra, ni a volver la mirada como siempre lo hacía. (...)
Y en mis oidos resuena The Poet Acts de Philip Glass
Saturday, November 05, 2005
Wednesday, November 02, 2005
Por las calles
Leer resulta interesante, y ante la imposibilidad de hablar, que mejor que intentar pensar leyendo estos garabatos. Y he aquí que estas frases describirán la sartada de trivialidades que hoy me han condenado a no escucharte y a no verte. Mañana oscura, húmeda, fértil para mis pulmones y así hojas y flores amarillas salían de mis cuencas. Como evitar decir que el hecho de que el carné se me quedara resultara una preocupación adversa al pensarte. O sea, dicho de otra forma y más anónimamente, esas neuronas llenas de materia gris y púrpura pasaran a ser parte del grupo inadecuado de fruslerías. Más no hubo temor, ni desazón, ni descorazonamiento. Solo fue olvidar y abocarse otra vez en cosas que si debo imaginar. Y caminar lento, de forma pausada y pidiendo permiso al cielo. Un paso; una imagen. Un tropiezo; un recuerdo. Calles que inundan tierra y que son inundadas a la vez por agua, agua de las nubes y de mi alma, torrente de besos, abrazos y palabras. Riachuelos de ojitos que desembocan en lagunas perpetuas, de donde sale Sol y se oculta Sol, cada hora o cada día, cada minuto de bocanadas frías. Me pasmó y recuerdo el dinosaurio que aplastaba un barrio y una casa naranja. Todos despavoridos y a salvo por segundos del pie gigante y sucio. Que corren tus dedos, sobre las teclas dispersas dibujando el reptil, trazando su acecho, con sus grandes patas y su fétido aliento, con sus largas garras, sus carnívoros instintos. ¡Clic! Se ha mandado a la carnicería y se ha comido a tantos, más besos también creados, los que de tus manos salieron, bajo el arrullo de la jungla, luna y cielo.
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