Tuesday, February 23, 2010
Bajo las riendas
El día hoy ha sido pesado. 5 a.m., ya estoy despierto, no he podido dormir nada, quizá un par de horas o menos, la humedad se me metía por el hocico y casi no podía respirar, además el estómago me tenía mortificado, un par de zanahorias fue mi comida del día anterior y algunas hebras de hierba seca de un jardín de uno de los barrios de ricos que visitamos una vez por semana. Estoy sucio, lleno de barro, esta vida es triste, y creo no poder hacer mucho para salir de ella.
Saturday, February 20, 2010
Y el olor del perfume continúa
Cada día que pasa le tengo menos fe a este blog, ya no propone nada, no cambia nada, tampoco es leído y cuando un escrito no es leído es como si no existiera, como los libros que son solo utilizados como parte del ornamento de una casa.
Me estoy convenciendo que más que un escritor soy el personaje de una tragicomedia de un cuento urbano, de la crisis de la modernidad. Alguna vez mi amigo D. me lo dijo, hace ya varios años, que sería digno de una novela o de una narración, que sería un personaje sucio, puerco, el reflejo de esas cosas que casi todos hacen pero al mismo tiempo casi siempre esconden. Obvio, no soy tan interesante en el sentido de ser realmente único, soy supremamente vulgar, demasiado corriente, pero con unos momentos de extravagancia que combinada con mis ideas idiotas forman algo como un jekyll al 60% de su día y un Hyde el resto de tiempo. Claro, eso es de todos, las múltiples facetas, las caretas de diferentes colores, aromas y texturas, sin embargo algo especial, y que no quiere decir bueno, contamina mi vida.
El desorden de los últimos dos años me tiene un poco asustado, siento como si se estuviera cerrando el nudo alrededor de mi cuello, como si el cuento que protagonizo estuviera en su punto álgido, en la cima (o en le profundidades) de la entropía, el poco dinero que me entra se evapora fácilmente y ni una gota de ese vapor queda en mis bolsillos, odio los banco como siempre, ahora más que les debo cada centavo que me gano en un trabajo rutinario y algo aburrido, el licor tiende a acompañarme, junto a la mentira y un soledad maligna. Agreguémole ideas peligrosas sobre motines, revolución, atentados y demás, hordas de recuerdos recurrentes y fuertes que no se van, además de un fatalismo enorme que viene, creo, de una envidia y un resentimiento en crescendo....Espero sea esto una exageración pero creo que pronto sabré si lo es o si al contrario es una mínima aproximación de lo que sucederá.
Escuchando One de U2
Me estoy convenciendo que más que un escritor soy el personaje de una tragicomedia de un cuento urbano, de la crisis de la modernidad. Alguna vez mi amigo D. me lo dijo, hace ya varios años, que sería digno de una novela o de una narración, que sería un personaje sucio, puerco, el reflejo de esas cosas que casi todos hacen pero al mismo tiempo casi siempre esconden. Obvio, no soy tan interesante en el sentido de ser realmente único, soy supremamente vulgar, demasiado corriente, pero con unos momentos de extravagancia que combinada con mis ideas idiotas forman algo como un jekyll al 60% de su día y un Hyde el resto de tiempo. Claro, eso es de todos, las múltiples facetas, las caretas de diferentes colores, aromas y texturas, sin embargo algo especial, y que no quiere decir bueno, contamina mi vida.
El desorden de los últimos dos años me tiene un poco asustado, siento como si se estuviera cerrando el nudo alrededor de mi cuello, como si el cuento que protagonizo estuviera en su punto álgido, en la cima (o en le profundidades) de la entropía, el poco dinero que me entra se evapora fácilmente y ni una gota de ese vapor queda en mis bolsillos, odio los banco como siempre, ahora más que les debo cada centavo que me gano en un trabajo rutinario y algo aburrido, el licor tiende a acompañarme, junto a la mentira y un soledad maligna. Agreguémole ideas peligrosas sobre motines, revolución, atentados y demás, hordas de recuerdos recurrentes y fuertes que no se van, además de un fatalismo enorme que viene, creo, de una envidia y un resentimiento en crescendo....Espero sea esto una exageración pero creo que pronto sabré si lo es o si al contrario es una mínima aproximación de lo que sucederá.
Escuchando One de U2
Monday, February 08, 2010
Peldaño de la resistencia
Mientras el mundo siga así no podré ser nunca feliz. Vivir o morir, así debe ser.
Tuesday, February 02, 2010
Purpura y Gris (inconcluso)
Escrito hace varios años
Anochecía y me desponía como siempre a mirar el correo, en espera de esa carta que nunca iba a llegar. Algo así como el coronel en el libro de García Márquez, solo que yo era más compulsivo en esa acción, razón por la cual revisaba diariamente el buzón. Esta vez, al igual que las otras, el mensaje azul en la pantalla aparecía burlonamente diciendo "no tiene ningún mensaje". Salí de allí con cierta melancolía y ya antes de acostarme eché un vistazo a una página de esas que dan la oportunidad de entablar una amistad: "por qué no?, igual no voy a pagar para conocer a alguien. Igual nadie me va a interesar". Terminé pagando la suscripción por una muchacha llamada M. Algunas palabras insulsas destacando mi estado anímico tan bajo fue lo que contenía el escrito que le envié; Un mensaje lanzado desde esa isla solitaria de mi existencia hacia un mar callado y quieto. Por fin, cansado de mirar nimiedades, decidí ir a mi lecho. No tenía ni la más mínima idea de que aquella noche sería la más larga de mi vida, de que nadaría durante un mes entre lagos oníricos donde rosotros incandescentes se avistarían como puntas de icebergs, donde subiría por escaleras infinitas, sin barrotes y oscuras, donde vería a mi amada fiel y bella recostada sobre mi pecho Suspira de esa forma, querida Dama, donde sería un poeta loco y suicida, donde el néctar de los dioses del Olimpo y la hierba sagrada de las deidades de los Incas serían la prueba más irrefutable de que el amor (y con e el miedo y la ansiedad) por fin me tocaría en todo su esplendor.
Como le decía, esas palabras fueron el inicio de sentir pues M. (a los que no entienden disculpas de antemano. Con M. hago referencia a M., mi amada) empezó a sumergirse en mis pesadillas, para hacer parte de todos esos lugares que sueño constantemente y que por esa razón los adjudico ya a mi realidad. Ahora, se preguntaran como vi la agitación de mi cuerpo siendo que uno mismo no se puede ver corporalmente. Yo tampoco lo se y me lo pregunto tanto que me enredo más. Pero vagamente le atribuyo a eso una especie de desdoblamiento que tuvo lugar en los momentos en mis brazos, mi cabez y mis piernas se contorneaban violentamente. Era como un escape que mi alma se obligaba a tener que hacer, quizá por el miedo a ser carbonizada por la pasión tan desgarradora que me cubría en algunos instantes. Solo se eso y ya no daré más explicaciones del hecho aún cuando quedo insatisfecho. Si siguen incrédulos pues tendrán que inventar alguna razón o bienl, estudiar alguna teoría neuronal. De esas hay muchas.
Después de que leí su mensaje que me había entregado un ser de rostro negro (casi como yo), mi corazón palpito anormalemente: era rápido, pero a los pocos segundos se paraba y solo volvía en si cuando releía la carta. Veía como de nuevo se perdía en la bruma y como yo iba chapoteando entre charcos negros para alcanzarla e indagarle su identidad, pero yo era lento y ella en cambio caminaba apresurada, como si tuviera que volver a un monasterio o convento. Todo ese tiempo (tiempo recóndito y eclipsado por la locura e irracionalidad de ese mundo) estuve esperándola. Recuerdo que bajaba por largas escaleras, que abría puertas de lugares donde había vivido, que caminaba bajo la lluvia y de repente un lago enorme me tragaba. Se que estuve quieto pero también se que caí de un edificio y de que un avión enorme me arrolló. Me encontraba de nuevo en la puerta de una casa gigante y ahí fue cuando llegó el hombre de rostro negro. Me dio una carta enorme, pesada, larga, que tuve que llevar en una carretilla a un jardín cercano. donde el olor a manzanilla impregnaba todos los rincones (¡no había rincones!) y todos los demás arbustos. La abrí lentamente, con las manos humedas y llenas de sangre. Terroríficamente me empecé a dar cuenta como me estaba cubriendo de sangre, de mi propia sangre lo más terrorífico era que la sangre no manchaba el papel. Así que sin pensarlo dos veces comencé a leer la carta. Fue algo precioso, algo que sabría describir porque tristemente ese don de la escritura no me fue dado, ni siquiera en los sueños. Soñe que era un poeta (sueño entre sueños) y le escribí algunas palabras, símbolos raros sobre hojas quebradizas, rotas. Sellé aquello con una hoja de un árbol de eucalipto y luego se lo di al cartero, que extrañamente siempre miraba al suelo.
-¿Quien eres? - me atrevi a preguntar.
-Soy tu siervo, señor. Vuestro siervo.
-¿Vuestro siervo? - pregunté estupidamente.
-De la Señora y de vos.
y se fue. No lo vi durante algunos días, tiempo en el que empecé a tomar un aspecto como de uva pasa, arrugado y más negro. Me limitaba a caminar encontrándome seguidamente con mis compañeros de colegio en situaciones extrañas, en lugares que yo conocía pero que al mismo tiempo desconocía, sintiéndome extraviado, como en una selva de recuerdos, humeda y perversa. De un momento a otro escuché su voz:
-¿Juan Miguel?
-M., ¿eres tu? - grité, notando como mi voz era irreconocible.
-Si, soy yo. ¿Duermes?
-No lo se. Tal vez, pero se que no.
-¿Cómo lo sabes?
No lo sabía. Ni siquiera sabía donde estaba y asi poco a poco me quedé mudo. Vi como mis dientes se desprendían y como mi lengua se iba enrollando tercamente a través de mi garganta. Traigo a la memoria aquel instante en que toda la gente que me acompañaba corría en desbandada dejando solo sombras que se reflejaban en el espejo negro que componía la tierra. mostrando un aspecto siniestro. demonios ciegos y ebrios.
Pensé tal vez que nunca me había llamado, porque como saber si aquella voz fuerte y dulce era de ella, y si era de ella, que motivaba a tener la ilusión de que no me estaba confundiendo. En esas estaba cuando pasó un tren viejo y ya destartalado. No llevaba pasajeros, solo se veían maniquíes asomados a la ventana mostrando una mueca de un encanto extraño aunque bien se notaba que aquello era solamente el resultado de la mano de alguien, que los había dispuesto de tal forma, para tentar a los que se amontanaban en la orilla de la carrilera. El maquinista (que parecía real) se desmontó y me mostró su largo rostro, cual hoja de árbol de antaño. Era de estatura baja, sus bigotes adornaban los dos centímetros de su boca, poseía un solo ojo y los brazos caían de forma desproporcionada a lado, lado y lado (¡tres brazos!) de su delgado cuerpo. Entre todo ese montón de gente tenía que ser el elegido, pues con cautela se dirigió hacia el lugar donde me había parqueado y metiendo la mano en uno de sus bosillos sacó una piedrecilla que me entregó.
-Es de parte de la Señora M.
La cogí y leí dos símbolos que se inscribían en el centro de la roca:"Soy yo". El maquinista se devolvió hacia uno de los vagones y desde allí me guiñó el ojo y en seguida arrancó. Todo el mundo se fue y quedé de nuevo mudo, observando los rieles que eran de un color perlado traslúcido que dejaba entrever unas pequeñas laminillas doradas salpicadas de fino polvo blanco.
Me pusé en camino hacia la puerta de la casa gigante donde siempre me esperaba el cartero anónimo . Pero en esa oscuridad tan densa tomé un camino equivocado y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
Anochecía y me desponía como siempre a mirar el correo, en espera de esa carta que nunca iba a llegar. Algo así como el coronel en el libro de García Márquez, solo que yo era más compulsivo en esa acción, razón por la cual revisaba diariamente el buzón. Esta vez, al igual que las otras, el mensaje azul en la pantalla aparecía burlonamente diciendo "no tiene ningún mensaje". Salí de allí con cierta melancolía y ya antes de acostarme eché un vistazo a una página de esas que dan la oportunidad de entablar una amistad: "por qué no?, igual no voy a pagar para conocer a alguien. Igual nadie me va a interesar". Terminé pagando la suscripción por una muchacha llamada M. Algunas palabras insulsas destacando mi estado anímico tan bajo fue lo que contenía el escrito que le envié; Un mensaje lanzado desde esa isla solitaria de mi existencia hacia un mar callado y quieto. Por fin, cansado de mirar nimiedades, decidí ir a mi lecho. No tenía ni la más mínima idea de que aquella noche sería la más larga de mi vida, de que nadaría durante un mes entre lagos oníricos donde rosotros incandescentes se avistarían como puntas de icebergs, donde subiría por escaleras infinitas, sin barrotes y oscuras, donde vería a mi amada fiel y bella recostada sobre mi pecho Suspira de esa forma, querida Dama, donde sería un poeta loco y suicida, donde el néctar de los dioses del Olimpo y la hierba sagrada de las deidades de los Incas serían la prueba más irrefutable de que el amor (y con e el miedo y la ansiedad) por fin me tocaría en todo su esplendor.
Como le decía, esas palabras fueron el inicio de sentir pues M. (a los que no entienden disculpas de antemano. Con M. hago referencia a M., mi amada) empezó a sumergirse en mis pesadillas, para hacer parte de todos esos lugares que sueño constantemente y que por esa razón los adjudico ya a mi realidad. Ahora, se preguntaran como vi la agitación de mi cuerpo siendo que uno mismo no se puede ver corporalmente. Yo tampoco lo se y me lo pregunto tanto que me enredo más. Pero vagamente le atribuyo a eso una especie de desdoblamiento que tuvo lugar en los momentos en mis brazos, mi cabez y mis piernas se contorneaban violentamente. Era como un escape que mi alma se obligaba a tener que hacer, quizá por el miedo a ser carbonizada por la pasión tan desgarradora que me cubría en algunos instantes. Solo se eso y ya no daré más explicaciones del hecho aún cuando quedo insatisfecho. Si siguen incrédulos pues tendrán que inventar alguna razón o bienl, estudiar alguna teoría neuronal. De esas hay muchas.
Después de que leí su mensaje que me había entregado un ser de rostro negro (casi como yo), mi corazón palpito anormalemente: era rápido, pero a los pocos segundos se paraba y solo volvía en si cuando releía la carta. Veía como de nuevo se perdía en la bruma y como yo iba chapoteando entre charcos negros para alcanzarla e indagarle su identidad, pero yo era lento y ella en cambio caminaba apresurada, como si tuviera que volver a un monasterio o convento. Todo ese tiempo (tiempo recóndito y eclipsado por la locura e irracionalidad de ese mundo) estuve esperándola. Recuerdo que bajaba por largas escaleras, que abría puertas de lugares donde había vivido, que caminaba bajo la lluvia y de repente un lago enorme me tragaba. Se que estuve quieto pero también se que caí de un edificio y de que un avión enorme me arrolló. Me encontraba de nuevo en la puerta de una casa gigante y ahí fue cuando llegó el hombre de rostro negro. Me dio una carta enorme, pesada, larga, que tuve que llevar en una carretilla a un jardín cercano. donde el olor a manzanilla impregnaba todos los rincones (¡no había rincones!) y todos los demás arbustos. La abrí lentamente, con las manos humedas y llenas de sangre. Terroríficamente me empecé a dar cuenta como me estaba cubriendo de sangre, de mi propia sangre lo más terrorífico era que la sangre no manchaba el papel. Así que sin pensarlo dos veces comencé a leer la carta. Fue algo precioso, algo que sabría describir porque tristemente ese don de la escritura no me fue dado, ni siquiera en los sueños. Soñe que era un poeta (sueño entre sueños) y le escribí algunas palabras, símbolos raros sobre hojas quebradizas, rotas. Sellé aquello con una hoja de un árbol de eucalipto y luego se lo di al cartero, que extrañamente siempre miraba al suelo.
-¿Quien eres? - me atrevi a preguntar.
-Soy tu siervo, señor. Vuestro siervo.
-¿Vuestro siervo? - pregunté estupidamente.
-De la Señora y de vos.
y se fue. No lo vi durante algunos días, tiempo en el que empecé a tomar un aspecto como de uva pasa, arrugado y más negro. Me limitaba a caminar encontrándome seguidamente con mis compañeros de colegio en situaciones extrañas, en lugares que yo conocía pero que al mismo tiempo desconocía, sintiéndome extraviado, como en una selva de recuerdos, humeda y perversa. De un momento a otro escuché su voz:
-¿Juan Miguel?
-M., ¿eres tu? - grité, notando como mi voz era irreconocible.
-Si, soy yo. ¿Duermes?
-No lo se. Tal vez, pero se que no.
-¿Cómo lo sabes?
No lo sabía. Ni siquiera sabía donde estaba y asi poco a poco me quedé mudo. Vi como mis dientes se desprendían y como mi lengua se iba enrollando tercamente a través de mi garganta. Traigo a la memoria aquel instante en que toda la gente que me acompañaba corría en desbandada dejando solo sombras que se reflejaban en el espejo negro que componía la tierra. mostrando un aspecto siniestro. demonios ciegos y ebrios.
Pensé tal vez que nunca me había llamado, porque como saber si aquella voz fuerte y dulce era de ella, y si era de ella, que motivaba a tener la ilusión de que no me estaba confundiendo. En esas estaba cuando pasó un tren viejo y ya destartalado. No llevaba pasajeros, solo se veían maniquíes asomados a la ventana mostrando una mueca de un encanto extraño aunque bien se notaba que aquello era solamente el resultado de la mano de alguien, que los había dispuesto de tal forma, para tentar a los que se amontanaban en la orilla de la carrilera. El maquinista (que parecía real) se desmontó y me mostró su largo rostro, cual hoja de árbol de antaño. Era de estatura baja, sus bigotes adornaban los dos centímetros de su boca, poseía un solo ojo y los brazos caían de forma desproporcionada a lado, lado y lado (¡tres brazos!) de su delgado cuerpo. Entre todo ese montón de gente tenía que ser el elegido, pues con cautela se dirigió hacia el lugar donde me había parqueado y metiendo la mano en uno de sus bosillos sacó una piedrecilla que me entregó.
-Es de parte de la Señora M.
La cogí y leí dos símbolos que se inscribían en el centro de la roca:"Soy yo". El maquinista se devolvió hacia uno de los vagones y desde allí me guiñó el ojo y en seguida arrancó. Todo el mundo se fue y quedé de nuevo mudo, observando los rieles que eran de un color perlado traslúcido que dejaba entrever unas pequeñas laminillas doradas salpicadas de fino polvo blanco.
Me pusé en camino hacia la puerta de la casa gigante donde siempre me esperaba el cartero anónimo . Pero en esa oscuridad tan densa tomé un camino equivocado y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
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