Vivo solo, a solo me refiero sin compañía humana, pues dos gatos comparten mi vivienda. Una pareja de gatos exactamente, Excalibur y Maria Antonieta. Sus edades son similares a las mías, en años humanos alrededor de 35. Vivo con ellos en una casa pequeña de una sola planta, esquinera, blanca en su fachada, un pequeño jardín que aún no muere y cortinas corredizas que realmente nunca se mueven de su sitio. No soy deforme, ni tampoco un monstruo, por lo menos a lo que se refiere físicamente siempre fui admirado por las mujeres, aproveché todos estos dotes con muchas de ellas, algunas las dejé embarazadas, otras no, algunas me querían, otras me amaban, casi ninguna me odiaba aunque lo dijeran a menudo.
***
- ¿Esteban Rodíguez me pregunta usted? -. Hace mucho no lo veo, tal vez unos cinco años, la última vez que lo visité en su casa blanca. Esa vez estaba alegre, pero no se confunda, no era una alegría como la suya o la mía, era una alegría diferente, similar a la neutralidad de todos, aunque no del todo así. Era extraña, ahora no se me ocurre una idea concreta para describírselo. Como le decía, estaba alegre, me ofreció galletas con café y charlamos un poco acerca de nuestros años universitarios, de las mujeres que se había llevado a la cama - que por cierto, fueron muchas -, de lo que estaba haciendo ahora, de sus ideas sobre ese tema que nunca he comprendido, de lo que yo estaba haciendo, que realmente no le llamaba mucho la atención y de otra cantidad de cosas que ahora no recuerdo muy bien. Pensé que seguiría viéndolo sguido, le dejé mi número de teléfono y prometió llamarme tan pronto tuviera un poco de tiempo. Después de 5 años no lo ha hecho.
- Yo lo ví hace menos tiempo que Gabriel, en su cumpleaños, él nunca lo recordaba, pero yo si que si, no lo olvidaba y ese año venía haciendo los preparativos desde hacía varios días. Caía un jueves, lo recuerdo bien, le marqué a su número temprano en la mañana y cuando ya pensé que no iba a contestar levantó el auricular sin gesticular ninguna palabra. "¿Esteban?", "Si, quién habla?", "Sofía, me recuerdas", se quedó de nuevo en silencio. "¿No me recuerdas osito?", "Claro que sí, no he olvidado nada, al contrario". Volvió el silencio, Esteban tenía una voz fría, había perdido ese calor tan natural que lo caracterizaba, con la que a veces me arrullaba mientras yo me dormía en sus brazos luego de hacer el amor. No sabía que decirle, ese tono tan gélido me dejó muda, entre triste y decepcionada. "Amor, sabes que nunca he olvidado tu cumpleaños y quiero pasar este día contigo, para celebrarlo, te compré una torta y una sorpresita que se que te gustará", "Yo tampoco he olvidado que nunca lo olvidabas", "Crees que pueda pasar antes del almuerzo, podemos pedir algo a domicilio o si prefieres yo llevo algo, ¿que te parece? rico, ¿cierto?". Extrañaba al Esteban de antes, aquel hombre alegre, dinámico, coqueto, simpático, el que formaba el ambiente de cualquier rumba, el que con una señal de sus bellos ojos marcaba a cualquier nena. "Puedes venir, solo tú", me dijo eso último y colgó.
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