Está en el riachuelo que baja por la calle silenciosa,
en los ojos acuosos del niño callejero con el rostro sucio,
en las montañas solitarias que nos miran desde el cielo,
en el miedo del perro flaco que intenta cruzar,
por entre carros ruidosos y hollín tóxico.
Está donde el frío y el viento nos obligan a abrigarnos,
donde el pelo revolotea al compás de las copas de los árboles,
donde el silbido del pájaro se confunde con el del la brisa,
donde nuestro cuerpo es polvo y tierra.
Está en la mirada de mi abuelo,
en sus manos resecas y grandes que toman mi mano,
en su andar tosco y plano,
sobre sus zapatos grandes, puntudos y brillantes,
y en sus lagrima cuando la despedida llegaba,
cuando la soledad de nuevo lo abrazaba,
pero yo no estoy ahí,
y quizá por eso lloro,
y quizá por eso extraño,
y quizá por eso el desánimo,
y quizá por eso el caminar lento,
y la tristeza,
y la falta de voluntad,