Mateo veía todo con una luz cambiada, oscura, sin colores brillantes, lúgubre, como si le hubieran puesto unos lentes oscuros que no se podía quitar. Su mente no solo no distinguía la luminosidad de siempre sino que se iba todo el tiempo a recuerdos, a instantes, a lugares en los que esa luz era radiante, fuerte y bella. Sitios tan simples pero ahora con tanto significado como un supermercado, una calle sencilla, un pequeño parque, una ruta de un bus, una ciclo ruta, una hora del día, el vestíbulo de un cine, el trancón en una avenida, un pequeño café, la librería con su aroma particular o la biblioteca monumental. Miles de momentos se le agolpaban en la cabeza rompiendo su alma en un llanto desconsolado que nunca había sentido en tantos años de vida.
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