Wednesday, May 16, 2012

Anacronismo

Nunca ha sido fácil ser yo, casi siempre he querido estar en otro sitio al que estoy. Hoy por ejemplo quise estar todo el tiempo en la plaza de bolívar, viendo la gente, escuchando las palomas, las campanitas de los carros de helado, las risas, los mensajes por megáfono de los que siempre han estado allí y siempre estarán, sintiendo el tenue calor del sol a la vez que el viento frío se va metiendo por los costados de la camisa. Estuve algunos minutos, en la tarde, cuando las personas ya no tienen tanto afán y los solitarios empiezan a deambular buscando lo que nunca hallarán; y también estuve en la mañana, momento en el que se ven menos niños y aún se alcanzan a oler los perfumes recién aplicados sobre cuellos y manos. En ambos momentos están los fotógrafos, las palomas y las llamas y también los caballitos de juguete que sirven de fondo en las instantáneas que ahora son digitales. Recordé automáticamente, viendo una mujer joven con vestimenta de oficina, cuando a esa hora iba tomado de la mano de mi madre y entrábamos al Tía, y veía tantos y tan variados dulces, y a veces me compraba unas frunas o a veces una colombina y hacia las 6 de la tarde o 7 de noche, cuando ya estaba todo oscuro, salíamos a la 10a y esperábamos ansiósamente bus o buseta en medio de todos los grandes a los cuales yo ni veía, solitarios como estaban todos mientras esperaban su medio de volver a casa. Me alegraba enórmente cuando aparecía la buseta en medio de todo ese ruido y miedo, porque me daba temor, por la oscuridad, y por tantas personas, y por los mendigos que pasaban por nuestro lado. Ahora no se si todos ellos estarán vivos, o si me recordarán, o si por la mente se les pasará esos instantes o si quizá sueñen volver a esa juventud arrebatada, pasajera, remota. Vuelvo a la oficina, donde todos se me hacen desconocidos, donde cada cual tiene sus líos, sus alegrías, sus frustraciones. Los miro y noto como nadie se percata de que los miro. Se escuchan murmullos de conversaciones telefónicas, la impresora que casi siempre duerme, salvo en épocas de facturación, calla, la luz titilante de la alarma nocturna parpadea de vez en cuando, los monitores de los computadores se roban toda la atención, las paredes blancas reflejan la luz clara de los tubos halógenos, sin contrastes, sin gracia, el ventilador que nuca se prende se ve silencioso encima de una mesa. El reloj sigue caminando tan rápido como el tecleo de las cientos de digitaciones que se escuchan tenues. Toso, pero nadie me voltea a mirar, quizá podría hasta morir encima de esta mesa y solo el aroma atípico generaría ciertas sospechas. A. se levanta y con su fuerte tono de tono de voz me desconcentra y desconcentra a algunos otros que están muy cerca. Pero nada más, solo fue algo pasajero, vuelve a sentarse y se pierde entre el brillo de la pantalla. Mi mente regresa a la plaza de bolívar, a las frunas, a la falda de mi mamá que era igual de la falda de la joven que vi hace un momento. No estoy tan seguro de que ahora sea mejor que antes, diferente como dicen por ahí, pero esa diferencia me causa cierta desazón de la que no vislumbro nada. Nada. Solo recuerdos.